miércoles, 28 de abril de 2010

Jueves 25 de Marzo del 2010


Lo que deja el tsunami.

Tania González abrazaba fuertemente a Daniel, su hijo de 5 años, cuando la primera ola llegó. Lo sostuvo fuerte contra su cuerpo, y aguantó después la segunda ola —de más de 10 metros de altura— incluso bajo el agua. Luego perdió el conocimiento, y cuando volvió a abrir los ojos se encontró acostada cerca de unas rocas. De su pequeño no supo más.
Ella camina ahora, desesperada, por las calles de Constitución, en Chile. Muestra una foto: es Daniel junto a Santa Clós; la enseña a los periodistas extranjeros para saber si saben algo de él.

Con el rostro de angustia y los brazos marcados por profundos arañazos, pierde la lucidez cuando cuenta su historia. “Me las arreglé para agarrarlo por el estómago en las primeras dos olas, pero perdí el conocimiento”, dice llorando mientras busca a soldados de rescate para saber si tienen noticias de su único hijo. Se aferra a pensar que está vivo. “Estoy segura que mi niño va a aparecer”, dice. Apenas hace una semana celebraron su quinto cumpleaños.


En lo que quedó de las calles de Constitución, otra mujer, de unos 20 años, corre de prisa. Carga cajas con víveres y otros artículos cuando un policía la intercepta, discuten, le quita lo que lleva. Ella llora y sale corriendo.

El mismo oficial, un hombre gordo y con poco cabello, avanza unos metros hasta llegar frente a un comercio saqueado. Detiene, tira al suelo y patea a habitantes que robaban mercancía. Al fondo se observan las cenizas de la catástrofe: escombros, árboles derribados, basura desparramada. Lo que tragó y escupió el tsunami.

“Nosotros estábamos en el cerro, sentíamos una sonajera nomás... que sonaba ¡cracs, cracs!”, cuenta una mujer mayor entre gritos y sollozos, con los brazos bien abiertos como para retratar con su mímica la desgracia. Observa a su alrededor casas derrumbadas, autos volteados; sus cejas no dejan de estar en posición de inicio de llanto.

Estas tres historias sucedieron horas después de que la vida de cada uno de sus personajes transcurriera normal. La cotidianeidad de un pueblo pesquero de 56 mil habitantes se tornó gris por el choque de las placas tectónicas de Nazca y Sudamericana. Así se sacudió parte de Chile.

La mayoría de los tsunamis, también conocidos como maremotos, son provocados por fuertes sismos. Estas olas gigantes han sacudido a la humanidad desde los más antiguos registros. Se cree que la civilización minoica, esa cultura prehelénica desarrollada en Creta entre 3000 y 1400 a.C., desapareció por maremotos.

Historiadores cuentan que en Lisboa, Portugal, el Día de Todos los Santos de 1755 amaneció espléndido. Entre las calles de diseño medieval, a las 9 de la mañana, todo se pintó distinto. “Comenzó el mar a crecer con rapidez increíble. La mayor parte de los barcos se desprendió de las anclas y quedó a la deriva. El mar subió de tal modo que fueron arrastrados hasta la tierra”, contó en aquellos días Fredric Christian Sternleuw, un marino sueco.

A la fecha, y según registros modernos, el tsunami más devastador ha sido el del Océano Índico, en 2004, en Tailandia e Indonesia, donde murieron 250 mil personas. El terremoto fue de 9.3 grados y las olas alcanzaron entre 20 y 30 metros de alto.

El pasado 27 de febrero, el Centro de Alerta de Tsunamis de EU emitió una alarma a países del Pacífico, incluido México. Ahí habita el llamado Cinturón del Fuego, un anillo que bordea las costas de América, Australia y sureste de Asia en el Océano Pacífico, y que está compuesto por placas oceánicas que generan fricción constante y causan sismos.

Comentario: Especialistas mexicanos también advirtieron que la actividad sísmica del Caribe puede generar un tsunami en costas mexicanas, que abarcan 10 mil kilómetros. No se sabe cuántos pueblos Constitución puedan caber en el litoral mexicano si fuera dañado por un fenómeno así. Tampoco cuántos Daniel desaparecerían si estas alertas se cumplen.

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